Cuando era joven y libre, soñaba con cambiar el mundo. Al alcanzar la madurez, descubrí que el mundo no cambiaría, y decidí transformar mi país. Después de muchos esfuerzos, acabé dándome cuenta de que también esto era imposible. En los últimos años de mi vida, intenté cambiar a mi familia, pero ellos siguieron siendo como eran.
Ahora, en mi lecho de muerte, descubro que mi verdadera misión consistía en cambiarme a mí mismo. Si lo hubiera hecho, sería capaz de haber cambiado a mi familia. Entonces, con un poco de suerte, este cambio habría afectado a mi país y, quién sabe, quizás al mundo entero.
Anónimo
Si la cabeza te dice una cosa.
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