Mi amiga Alejandrina se separó de su marido a principios de diciembre. ¿Razones? Cosas comunes: Decepciones varias, mentiras…, la eterna y bizantina búsqueda de la felicidad individual, incompatibilidad de caracteres, eyaculación precoz, cansancio, hastío, impotencia temprana y… más.
En fin. Nada particularmente extraordinario. Bien pudieran ser un poco más creativas las parejas que se separan, ¿no?. Pero así es la vida, reiterativa, y yo lo que hago es mirarla y contarla, no la invento.
En fin. El hecho es que Alejandrina llegó a mi casa una mañana con los ojos hinchados de llorar. Yo estaba montando el arbolito mientras ella me contaba sus cuitas. Una guirnalda y… ese sucio atrevido qué se creyó que yo nunca lo iba a descubrir. Un adornito de madera y… qué hice yo para merecer esto. Después que le aguanté de todo.
Al final, la estrella arriba… y qué va, yo me divorcio.
Fueron unas navidades aciagas para mi pobre amiga, quien como muchas mujeres, le pidió el divorcio al marido esperando que él le dijera que no, que la amaba con locura, que se arrepentía de todo y que la mujer de su vida era ella, y no las otras “sopotocientas” flacas que habían pasado por su entrepierna. Pero nada de eso. El marido de Alejandrina, alias el perro ese, agarró sus maletas, su carota muy lavada y casi hizo una fiesta.
Era como si lo estuviera esperando con ansias. Era como si Alejandrina le hubiera dado una oportunidad para empezar de cero. Algo que él no se atrevía a hacer. Ella tomó la decisión por él y él se fue felicísimo. Claro, echó una que otra lagrimita para disimular, porque está feo que uno no llore cuando se rompe un matrimonio de años, pero al tercer día resucitó de entre los muertos y se fue a parrandear con los amigotes. Hoy, seis meses después, tiene novia, coche nuevo, es plenamente feliz y se lo pasa tuiteándolo a rabiar.
Alejandrina en cambio, cayó en un foso de depresión del que no ha podido salir ni con psicólogo, ni con flores de Bach, ni con libros de Louise Hay, ni con tarot, ni cortes de pelo, ni viajes, ni siquiera conociendo a otros hombres (todos le parecen idiotas)…
Han sido seis meses terribles, tanto para ella como para nosotras, sus amigas. Nos hemos convertido en simples receptoras del mono tema de Alejandrina: el "perro" de su ex o esa con la que anda...Que es una vieja... Que tiene papada...La odio…
Claro que el mono tema no ha sido unicolor… afortunadamente. Alejandrina ha pasado por varias etapas:
1-¿En qué fallé?.
2-Me quiero morir.
3-Lo quiero matar.
4-Voy a buscar a esa (o a esas) para que me digan toda la verdad.
5-Quiero ser su amiga.
6-Lo voy a reconquistar.
7-¿En qué fallé?.
8- Me quiero morir…
Estas etapas son totalmente aleatorias, cabe destacar. O sea, no es que una viene primero y otra después, sino que un día la mujer está en la fase uno y al día siguiente en la cinco… y así ha ido por la vida los últimos seis meses…
Cuando está en la etapa de “quiero ser su amiga” o “lo voy a reconquistar” es maravilloso porque va a la peluquería, se depila… pero cuando se quiere morir ni se baña, no se lava el pelo, no come y no se quita el maquillaje.
Cuando le da por buscar a las "otras" y averiguar la verdad, lo hace y escucha mil veces el mismo cuento… “tu marido no me dijo nunca que era casado”. Y vuelve a la fase tres, lo quiere matar.
El jueves pasado hicimos una suerte de concilio, sus amigas. Alejandrina tiene una semana en la fase estacionaria número dos, que es la misma que la siete, o sea, se quiere morir… anda dando lástima por ahí, y la verdad, es que ya se ha puesto fastidiosa. Se nos han agotado los consejos, los candidatos y los métodos. Así que decidimos por unanimidad, que si no se muere ella, la matamos nosotras. Y se acabó el despecho.
Twitter: @IndiraPaezD
Texto Indira Paez
*Los hechos relatados en este artículo son ficción pura y pedestre, así que cualquier parecido con la realidad, como cabe y como debe ser, pura coincidencia. Toda esta gente que se nombra aquí, es inventada. Así que, el que se ofenda… es porque ají come.
Imagen Kim Holt Lethimno
Si la cabeza te dice una cosa.
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